Trilogía de Albacete

Por Jesús Alonso

Los experimentos literarios del Bachiller Alonso
(novelas con principio y final pero sin la aburrida parte del medio o La Aburridísima Novela de un Narrador Español Contemporáneo en la que, naturalmente, no pasa nada)
presentan:

Trilogía de Albacete

1.- La sombra de las piedras

I

Recuerdo mi infancia como una sucesión de tardes con mi madre sentada al piano interpretando a Mendelssohn, yo mirando distraído el movimiento browniano de las partículas que flotaban en los rayos de sol que entraban por los resquicios que dejaban las láminas de madera de arce de las persianas de la sala de música.

Nunca supe muy bien por qué a mamá le gustaba Mendelssohn.

Tía Aurora solía acompañar a mamá tocando el chelo y yo estaba secretamente enamorado de sus piernas enfundadas en medias de seda. Todavía lo estoy aunque tía Aurora murió a los diez años de acabar la Guerra.

Papá nunca estaba en casa. Apenas recuerdo vagamente a un señor con sombrero y zapatos de dos colores, con enorme bigote y largas piernas que aparecía por casa cada cierto tiempo.

No lo supe hasta más tarde, pero cuando yo tenía cuatro años nos había abandonado y se había ido a vivir a la capital con una cupletista. Mi madre nunca fue capaz de oponerse a sus visitas inesperadas después de la separación.

El otoño del año 39, con la Guerra casi recién acabada, fue la primera vez que tuve que ir a la escuela. La tía Aurora ya me había enseñado a leer y escribir y las cuatro reglas, pero, aun así, mamá pensaba que enviarme a estudiar era lo mejor para mí ya que tenía esperanzas de que algún día me convirtiese en Registrador de la Propiedad o, incluso, Notario, que ella pronunciaba claramente con mayúsculas.

Recuerdo con extraordinaria precisión mi primer día en la escuela. La clase era un rectángulo alargado con la pizarra y la tarima  del profesor (“la palestra”, como la llamábamos nosotros) en uno de sus extremos y una serie de altas ventanas en la izquierda que daban a un patio en el que sobrevivían algunas plantas raquíticas.

Las paredes estaban pintadas de blanco sucio y de ellas colgaban mapas con provincias y países de colores, cuerpos humanos diseccionados y retratos del Caudillo y de José Antonio.

Los bancos eran de madera basta pulidos por el uso de cientos de antebrazos. Un tintero y una ranura para las plumas y lápices eran la única amenidad que presentaban.

(…)

LXXVIII

Mi retorno a Albacete no había sido como yo lo esperaba. Ahora que estaba a punto de partir, supe con certeza meridiana que nunca volvería…

El problema es que aún me quedaban dos libros más para completar la trilogía.

Una respuesta a “Trilogía de Albacete

  1. Me quedé con ganas de leer más 😦

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